El capitán Pantoja contra CANTV
Nota, escena imaginaria basada en la información del chat privado de une edificio en la ciudad capital, para evitar las incomodidades propias de nuestra realidad he decidido pedirle a la IA que redacte un texto usando como argumento la contrariedad de un mal servicio publico, tal cual si estuviesen en Maracay, estado Aragua.
La tarea de ese día era nada
menos que planificar la operación que marcaría el futuro de las visitas de las
mujeres encargadas de satisfacer los deseos más oscuros y las necesidades más
urgentes de los oficiales y hombres de alto rango en la ciudad. A través de
complicados protocolos, se aseguraban de que las jóvenes, bajo el nombre de
"visitadoras", cumplieran con sus encargos de la manera más eficaz y
con el menor riesgo posible.
El capitán Pantoja, como siempre,
se mantenía estoico, sus dedos inquietos tamborileando sobre la mesa. A pesar
de su rigurosa disciplina y su apretado sentido del deber, en su mirada había
una sombra de duda, una incertidumbre que raramente se permitía mostrar ante su
gente.
—Medina —dijo, sin levantar la
vista del papel que sostenía—, necesitamos que cada asignación esté registrada
meticulosamente. No podemos permitir que se escape ni un solo detalle. Si la
eficiencia de la operación se ve comprometida, se nos viene el mundo abajo.
¿Has hablado con los jefes de las compañías de telecomunicaciones?
Medina, con un asentimiento casi
imperceptible, sacó un par de papeles manchados de tinta, lo que parecía un
informe escrito apresuradamente sobre una conversación telefónica con los
proveedores de "fibra", un término nuevo para Pantaleón que, aunque
se aplicaba al servicio de comunicaciones, en su cabeza se confundía con
cables, sistemas de conexión y una serie de complicaciones que no lograba
entender.
—Las compañías están desbordadas,
capitán. Parece que nadie sabe cómo organizarse. Los cobros no se actualizan, y
las quejas no dejan de llegar. Había un cliente que había pagado por el
servicio de "Ultra", y en su lugar, lo siguen cobrando como si
estuviera suscrito al "ABA". El servicio nunca se restablece, y los
reclamos se pierden en un mar de llamadas que no llevan a ningún lado.
Pantaleón apretó los dientes. A
pesar de su rigidez, sabía que en la política de "prestaciones" de
las visitadoras, cualquier error, por pequeño que fuera, podía convertirse en
un escándalo de proporciones inimaginables. ¿Qué más había que decir sobre un
servicio que no servía, un servicio que, como las operaciones que él mismo
dirigía, no podía fallar?
—Eso no me agrada. Necesitamos
soluciones rápidas y eficaces. No podemos quedarnos con las manos vacías como
los clientes que se quejan en las redes, ni ser el blanco de una falta de
organización que arrastre nuestra reputación al abismo —respondió, mientras se
frotaba el mentón.
Doña Mercedes, que hasta ese
momento se había mantenido en silencio, intervino con su aguda perspicacia.
Ella entendía muy bien cómo funcionaban los negocios en las sombras, y cómo las
crisis podían manejarse con la misma destreza que una visita bien planificada.
—¿Y qué pasa con la VenApp? Esos
reclamos colectivos de la comunidad. El gobierno ha creado una plataforma, la
misma que usaron en las elecciones. Podría ser la llave para canalizar las
quejas. Si todos los vecinos de la ciudad se organizan, podremos presionar por
soluciones rápidas. Ellos siempre responden cuando hay presión de masas.
Pantoja la miró con cierto
escepticismo. No estaba acostumbrado a depender de la tecnología para resolver
sus problemas. Sin embargo, tenía que admitir que, en situaciones tan
complicadas como esta, cada opción debía ser evaluada.
—¿Y qué pasa si no se soluciona
el problema? —preguntó, levantando la mirada de los papeles y mirando fijamente
a doña Mercedes. Ella, con una calma que solo los años de experiencia le daban,
se inclinó ligeramente hacia adelante.
—A veces, capitán, el enemigo no
es tan tangible. Las soluciones son invisibles y, por lo general, están en
manos de quienes manejan los hilos. Si un grupo de personas se une y exige
respuestas, las autoridades responden, aunque sea para callar los rumores. Pero
hay que hacerlo bien, de manera coordinada, para no quedar como aquellos que, a
pesar de los esfuerzos, no lograron nada. Hay que darles lo que piden, pero no
más.
La tensión en la sala se hizo
palpable. Los tres sabían que se encontraba en juego algo más que simplemente
la satisfacción de las necesidades de los oficiales. Si no se resolvían los
problemas de los servicios, la confianza en el sistema colapsaría, y con ella,
la delicada red de relaciones que sustentaba todo el engranaje de la operación.
Finalmente, Pantaleón Pantoja
asintió, su rostro grave como el de un hombre acostumbrado a tomar decisiones
difíciles.
—Que se organicen. Vamos a enviar
un reporte colectivo. Cada queja debe estar respaldada por pruebas. Necesitamos
presionar, pero sin caer en el desorden. Las soluciones llegarán cuando menos
lo esperemos, pero mientras tanto, no podemos dejar que nos vean como
incompetentes. Aquí no se puede permitir el fracaso.
Medina tomó nota de las palabras
del capitán, mientras doña Mercedes, con una sonrisa sardónica, observaba cómo
todo se armaba como una ficha de dominó que no podía fallar. Y en ese rincón
polvoriento del sur de Maracay, mientras afuera las calles seguían llenas de ruido y
caos, se sellaba otro capítulo de una operación que, como tantas otras,
dependía más de la habilidad para maniobrar entre las sombras que de la
sinceridad del servicio prestado.
Comentarios
Publicar un comentario