El capitán Pantoja contra CANTV

 

Nota, escena imaginaria basada en la información del chat privado de une edificio en la ciudad capital, para evitar las incomodidades propias de nuestra realidad he decidido pedirle a la IA que redacte un texto usando como argumento la contrariedad de un mal servicio publico, tal cual si estuviesen en Maracay, estado Aragua.

En el corazón de Maracay, bajo un sol implacable que hacía vibrar las calles polvorientas, el capitán Pantaleón Pantoja, de rostro severo y ceño fruncido, se encontraba reunido en su improvisada oficina, una vieja sala de hotel con paredes de madera descascarada y una mesa llena de papeles arrugados, mapas, informes y cifras que, más que claras, parecían una maraña indescifrable. Estaba acompañado por su mano derecha, el sargento Medina, un hombre de gesto impasible, y la siempre atenta y sagaz doña Mercedes, la mujer encargada de coordinar las “visitas” y quien, aunque no vestía uniforme, sabía más sobre estrategia que cualquier teniente del ejército.

La tarea de ese día era nada menos que planificar la operación que marcaría el futuro de las visitas de las mujeres encargadas de satisfacer los deseos más oscuros y las necesidades más urgentes de los oficiales y hombres de alto rango en la ciudad. A través de complicados protocolos, se aseguraban de que las jóvenes, bajo el nombre de "visitadoras", cumplieran con sus encargos de la manera más eficaz y con el menor riesgo posible.

El capitán Pantoja, como siempre, se mantenía estoico, sus dedos inquietos tamborileando sobre la mesa. A pesar de su rigurosa disciplina y su apretado sentido del deber, en su mirada había una sombra de duda, una incertidumbre que raramente se permitía mostrar ante su gente.

—Medina —dijo, sin levantar la vista del papel que sostenía—, necesitamos que cada asignación esté registrada meticulosamente. No podemos permitir que se escape ni un solo detalle. Si la eficiencia de la operación se ve comprometida, se nos viene el mundo abajo. ¿Has hablado con los jefes de las compañías de telecomunicaciones?

Medina, con un asentimiento casi imperceptible, sacó un par de papeles manchados de tinta, lo que parecía un informe escrito apresuradamente sobre una conversación telefónica con los proveedores de "fibra", un término nuevo para Pantaleón que, aunque se aplicaba al servicio de comunicaciones, en su cabeza se confundía con cables, sistemas de conexión y una serie de complicaciones que no lograba entender.

—Las compañías están desbordadas, capitán. Parece que nadie sabe cómo organizarse. Los cobros no se actualizan, y las quejas no dejan de llegar. Había un cliente que había pagado por el servicio de "Ultra", y en su lugar, lo siguen cobrando como si estuviera suscrito al "ABA". El servicio nunca se restablece, y los reclamos se pierden en un mar de llamadas que no llevan a ningún lado.

Pantaleón apretó los dientes. A pesar de su rigidez, sabía que en la política de "prestaciones" de las visitadoras, cualquier error, por pequeño que fuera, podía convertirse en un escándalo de proporciones inimaginables. ¿Qué más había que decir sobre un servicio que no servía, un servicio que, como las operaciones que él mismo dirigía, no podía fallar?

—Eso no me agrada. Necesitamos soluciones rápidas y eficaces. No podemos quedarnos con las manos vacías como los clientes que se quejan en las redes, ni ser el blanco de una falta de organización que arrastre nuestra reputación al abismo —respondió, mientras se frotaba el mentón.

Doña Mercedes, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, intervino con su aguda perspicacia. Ella entendía muy bien cómo funcionaban los negocios en las sombras, y cómo las crisis podían manejarse con la misma destreza que una visita bien planificada.

—¿Y qué pasa con la VenApp? Esos reclamos colectivos de la comunidad. El gobierno ha creado una plataforma, la misma que usaron en las elecciones. Podría ser la llave para canalizar las quejas. Si todos los vecinos de la ciudad se organizan, podremos presionar por soluciones rápidas. Ellos siempre responden cuando hay presión de masas.

Pantoja la miró con cierto escepticismo. No estaba acostumbrado a depender de la tecnología para resolver sus problemas. Sin embargo, tenía que admitir que, en situaciones tan complicadas como esta, cada opción debía ser evaluada.

—¿Y qué pasa si no se soluciona el problema? —preguntó, levantando la mirada de los papeles y mirando fijamente a doña Mercedes. Ella, con una calma que solo los años de experiencia le daban, se inclinó ligeramente hacia adelante.

—A veces, capitán, el enemigo no es tan tangible. Las soluciones son invisibles y, por lo general, están en manos de quienes manejan los hilos. Si un grupo de personas se une y exige respuestas, las autoridades responden, aunque sea para callar los rumores. Pero hay que hacerlo bien, de manera coordinada, para no quedar como aquellos que, a pesar de los esfuerzos, no lograron nada. Hay que darles lo que piden, pero no más.

La tensión en la sala se hizo palpable. Los tres sabían que se encontraba en juego algo más que simplemente la satisfacción de las necesidades de los oficiales. Si no se resolvían los problemas de los servicios, la confianza en el sistema colapsaría, y con ella, la delicada red de relaciones que sustentaba todo el engranaje de la operación.

Finalmente, Pantaleón Pantoja asintió, su rostro grave como el de un hombre acostumbrado a tomar decisiones difíciles.

—Que se organicen. Vamos a enviar un reporte colectivo. Cada queja debe estar respaldada por pruebas. Necesitamos presionar, pero sin caer en el desorden. Las soluciones llegarán cuando menos lo esperemos, pero mientras tanto, no podemos dejar que nos vean como incompetentes. Aquí no se puede permitir el fracaso.

Medina tomó nota de las palabras del capitán, mientras doña Mercedes, con una sonrisa sardónica, observaba cómo todo se armaba como una ficha de dominó que no podía fallar. Y en ese rincón polvoriento del sur de Maracay, mientras afuera las calles seguían llenas de ruido y caos, se sellaba otro capítulo de una operación que, como tantas otras, dependía más de la habilidad para maniobrar entre las sombras que de la sinceridad del servicio prestado.


 


 

 

 

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