Venezuela, país para-normal

 Venezuela es un país donde sus creencias religiosas son un galimatías casi imposible de definir en términos concisos, podemos ver una camioneta costosa con una calcomanía de un pez del lado derecho y un símbolo budista del lado izquierdo de su parachoque, evangélicos que van a brujos para que les resuelvan algún drama romántico, católicos (también) contratando brujos para quitarles amarres, practicantes de la ayahuasca y miles de historias de fantasmas, aparecidos y similares sin que nadie vaya al psiquiatra por eso, acá he conversado con mucha gente que cree a pies juntillas cualquier historia de fantasmas, ovnis y similares sin que se alarme nadie ni los denuncien ante sanidad por sospechosos de esquizofrenia ni nada similar, es solo parte de la cultura. Lo único que me animo a expresar es que somos una mezcla indefinible de razas y creencias que desde 1492 vienen reptando desde las sentinas de los barcos hasta las calles sin mayor problema, al parecer desde julio de 1810 hasta este 2024 hemos pasado demasiado como para estresarnos por unos fantasmas que en el peor de los casos seguirán espantando hasta el final de sus días solo porque las victimas están más preocupadas por tener donde vivir, comer, encontrar medicinas o morir de modo digno, los muertos no matan a nadie (las películas mienten) pero la vida misma se encarga de eso, el asunto es que tan tortuoso ha de ser el camino.

Sin embargo, viendo el asunto desde otra óptica más terrenal he llegado a la conclusión de que somos un país donde la normalidad es en realidad una suerte de para-normalidad, donde lo normal es tan extraordinariamente escandalosa que necesitamos inventarnos otra para sobrevivir, antes de continuar es preciso definir que es la normalidad y para ello me voy a servir de la Wikipedia solo por no recurrir a ninguna fuente más complicada “El término normal (del latín normalis) se aplica a todo aquello que se halla en su estado natural, a todo aquello que sirve como norma o regla, a todo aquello que se ajusta a normas fijadas de antemano”.

Como país hemos recibido golpes durísimos pero que han determinado en que el venezolano de a pie encuentre formas “creativas” para ganarse la vida desde recolectar chatarra hasta vender productos piratas de cualquier modo, sin irme muy atrás en el tiempo hablemos del periodo de la pandemia donde tocaba salir escondido a trabajar, aprovechar la coyuntura de obtener un ingreso incompleto y completarlo haciendo tareas a destajo y tal cual Indiana Jones escapar de cualquier manera a la necedad oficial para poder encontrar el modo de ganar más dinero. Ninguna ficción nos preparó para ello, salir a trabajar escondido no estaba en el ideario latinoamericano donde por mucho el mayor sueño de todos es no tener que volver a trabajar en su vida, eso ya se consideraba un asunto para-normal, eso sin contar que transitar en el metro de caracas era todo un desafío pues bien podías llegar(o no) a tu destino en horario limitado y con las calles llenas de policías buscando como redondear la quincena si te atrapaban en la falta de andar trabajando sin permiso porque estábamos en pandemia.

Poco antes de la pandemia habíamos ido acostumbrándonos, pude aprender de modo oficial algunas otras cosas como las criptomonedas y hasta había consegui un empleo que ofrecía al menos cien veces mi sueldo como coordinador de asuntos sin importancia de una empresa gubernamental, con la pandemia pues todo se fue al caño. Pasó por fin la desgraciada pandemia, en casa habíamos hecho méritos para trabajar, eran tiempos en los que con 50$ podías hacer un mercado modesto pero suficiente para pasar el mes, total con todo el entrenamiento desde el 2015 habíamos dominado el arte de comer solo dos veces al día para estirar la despensa, pero acá la para-normalidad nacional en apenas ocho meses deprecio EL DOLAR en un 70%. Todo esto de modo anecdótico porque en el camino hay desde guerras entre carteles, los barrios se armaron, se publicita una milicia constituida enteramente por presos de alta peligrosidad amparados y patrocinados por un ministro (escandaloso) sin que nadie señalase el exabrupto desde las filas oficiales, varios diputados (oficialistas claro) fueron detenidos con varios kilos de cocaína, pero no pasó nada y de hecho muchos siguieron teniendo su curul, se hablaba de que las carreteras de la Venezuela profunda son una guillotina donde los verdugos son los propios vecinos que montan trampas para asaltar en la ruta, llegando incluso a organizar caravanas con vehículos militares escoltándolos pero eso no era gratis, había que cancelar una cuota para que el ejército cumpliera su obligación y eso es solo lo que uno, ciudadano de a píe y sin amigos poderosos sabe, bajo la superficie seguramente deja pálido al señor de los anillos pero al tercer mundo style.

Cuando ya pensábamos que todo lo posible había sucedido, llegan las elecciones y con ellas el acto de malcriadez más grande hecho por gobierno alguno, cazado en falta del mudo más elegante posible y sin recurrir a nada extraordinario, un plan sencillo no les dio chance a mentir de forma creíble sobre el resultado de la mayor derrota gubernamental desde siempre, con pruebas que además cualquier forense digital puede auditar sin ningún drama han causado el desastre político administrativo más grave de nuestra historia republicana, dando al traste con la credibilidad de todo su sistema, por supuesto, todos los opositores creemos que siempre hubo trampa pero una cosa es invocar al diablo y otra verlo llegar, el diablo se hizo corpóreo en forma de mensajes de texto enviados por una aplicación gratuita cuya existencia es tan normal que a ningún militar o militante le pareció extraño, hasta que les explotó en la cara a toda la plana mayor que tuvo hasta el descaro de llevarse detenidos a niños entre los 11 y los 17 años sin proceso ni derecho a defensa y eso sin hablar de los adultos en el mismo plan, encerrándonos un poco más cada día.

Siendo este país extraño a la “normalidad”, más allá de fantasmas, aparecidos, espantos, posesiones demoniacas o cualquier cosa similar, el miedo realmente campea por otros espacios donde la realidad y la ficción se entremezclan en una cadena de horrores de los que nadie sabe exactamente cómo terminará, aunque mi imaginación se solaza en los muchos escenarios capaz y mientras sucede lo que todos esperamos cae una lluvia de bombas atómicas en el otro lado del mundo y recomenzamos desde cero, uno jamás sabe y en este manicomio a cielo abierto cualquier cosa puede suceder.

José Briceño

03/09/2024

 


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